
Momentos en los que la necesidad de sacar todo afuera es tan imperante como la de quedarse en silencio, quieta, sin movimiento que altere tantos pensamientos. Vivo con la constante sensación de que elijo mal. No sabría decir si es por falta de caminos o por exceso de ellos, que siempre termino eligiendo el que no es, el que en realidad me lleva a donde ya estuve. Y así estoy… en una rotonda, dando vueltas y vueltas, en un mismo lugar, creyendo que avanzo pero sin darme cuenta de que siempre llego al mismo punto. Sentís que el corazón se comprime, envuelto por tantas emociones, hasta dejarte deshecha. Y ni siquiera tenés fuerzas para dilucidar el por qué. Te dejas arrastrar por unas sensaciones tan amargas como profundas, que querés que se vayan pero no tenes el coraje de echarlas. Con el tiempo esas sensaciones se instalan, conviven con vos, te acostumbrás, las aceptás y llegan a un tácito acuerdo en el que les permitís hacer con vos lo que quieran, mientras no se escapen en frente de otra gente. Entonces llorás pero sin que nadie se entere. Gritás pero sin que nadie te escuche...
ni siquiera vos misma.